Por Ale Rodríguez
Iba a empezar titulando esto como “La historia de mi vida”, pero más que eso, o definirlo como tal, este es un suceso que dio una sacudida en mí interior, y hoy quiero compartir algo que muchas personas hemos vivido. El abuso.
No pretendo describir como fue, cómo pasó, quién lo hizo o cómo lo hizo, por qué tuve que vivir esto, o encontrar alguna explicación. Mi intención es compartir el proceso de sanación que se ha venido suscitando desde que me he abierto a la oportunidad de soltar, perdonar y, sobre todo, liberarme de esta atadura.
Trataré de hacerlo desde un punto de vista que no me victimice, pues no voy a negar que durante mucho tiempo me culpé por permitir que sucediera y no haber reaccionado o hablado. Y es que años después entendí, que cuando hay un evento doloroso, la mente lo bloquea y lo saca a la luz cuando se está listo para trabajarlo y enfrentarlo.
La primera vez en terapia, empecé a hablar de un abuso en la niñez, que, según yo, ya había trabajado y que, en mi perspectiva, había soltado. Pero se mueven cosas, proyecciones, ideas, creencias y uno no las ve hasta que repercuten en el presente.
Voy a empezar describiendo lo que observé de esta situación. Como uno siente que no merece ser amado, o se siente “sucio”, e inconscientemente atrae a su vida personas que, de alguna manera, fomentan ese abuso, que no quieren un compromiso, que sólo quieren pasar el rato, que “vibran” igual que yo. Lo único que sucede en esos momentos, es que se le echa más leña al fuego, creando relaciones que fomentan el vacío, que aumentan la necesidad afectiva, y esos pensamientos de “no soy digno a amar y a que me amen”.
Recientemente vi una película que hablaba justamente de un abuso, y en una escena algo me hizo clic:
- ¿Por qué te gusta el sexo rudo? ¿Por qué no quieres hacerlo tierno?
- La protagonista respondía, porque soy una loca pervertida
Y no, no es que seamos pervertidas, es simplemente que es más fácil hacerle caso a la mente en ese momento. Ignorar los sucesos del pasado y hacer el “acto” solo por hacer, sin poner bajo el reflector el sentimentalismo, o el corazón. Porque inmediatamente, cuando uno se observa con la lupa, se enfoca en el esperar, en recibir, en mendigar, en desear.
Tal vez sea crudo, burdo e incluso fuera de tacto, pero las cosas tal cual son.
Pasaban mil y un pensamientos por mi mente al tener intimidad con alguien, hasta que fui consciente que fui abusada. No hubo violencia, pero hubo manipulación. No hubo amenaza, pero hubo engaño. No se preguntó jamás, solo se jugó con la vulnerabilidad, y sitúo esto solamente para entender lo que pasaba por mi cabeza. Hubo muchas veces en las que pensé “Gracias por joderme la vida”, incluso llegué a sentir que vivía por inercia, imaginando como sería el mundo si dejara de existir.
Tenía días llenos de enojo, de ira y de rabia, esperando quien me hiciera algo para poder explotar toda esa frustración guardada por mucho tiempo. Muchas veces en las que quise hablar y no sabía cómo hacerlo, como expresarlo sin sentirme juzgada o señalada. Y cuando por fin lo hice, tuve las dos caras de la moneda: por una parte, aquellos que realmente me escucharon, me apoyaron y me permitieron seguir con mi proceso. Por el otro lado, aquellos que se lamentaban, que tomaban este acto como si estando bajo su cuidado hubiera sido diferente, culpando al entorno, y viviéndolo desde su victimismo, o buscando venganza a quien lo hizo.
Que las personas que se cruzan en nuestro camino, siempre tienen algo que mostrarnos para nuestra propia evolución. En mi caso puedo decir, que el más importante ha sido el quitar la barrera que siempre he puesto para no entregarme, para no darme, para no soltarme, y entender que la única que se vivía haciendo daño, era yo.
Que no puedo vivir evadiendo o ignorando lo que pasa, fingiendo que no siento, porque solo me lastimo. Y tampoco llenarme de amargura. Porque aquello que evado, solamente se acumula en mí.
Que jamás hubiera imaginado que, a través del yoga, y de reconocer lo que realmente soy, podría genuinamente hacer las paces conmigo, y trascender situaciones como estas, aceptando más allá de lo que la mente pudiera o quisiera creer. Me permitió ver las cosas tal cual son y no a verlas desde la mente, ahogándome en mis pensamientos y en mis historias que alimentaba y me causaban cada vez más daño. Sino verlo sin atributos, con ecuanimidad y con la certeza, de que todo estará bien.
Y que se puede ser feliz, y amar, y disfrutar, a pesar de todo. Y cuando la mente vuelva a caer en ese juego, recordar, que nada es eterno, ni este dolor, ni estos pensamientos. Agradeciendo por lo que sale, por lo que brota y se suelta, haciéndose responsable de uno mismo, entendiendo que no puedo dar ni pedir al otro, lo que no soy capaz de darme a mí. Así que he decidido empezar a amarme, empezar a verme a través de los ojos del SER, divinidad, alma inmortal o el nombre que le quieras dar, a verme con compasión.
No pretendo juzgar, ni mucho menos, aleccionar. Pues cada uno es libre y vive su proceso a su manera. Quería compartirlo por si te sirve, si te suena, y decirte que, aunque es duro y doloroso, no estás sola, no estás solo. Vale la pena vivir y disfrutar, y, sobre todo, SANAR.
No pretendo describir como fue, cómo pasó, quién lo hizo o cómo lo hizo, por qué tuve que vivir esto, o encontrar alguna explicación. Mi intención es compartir el proceso de sanación que se ha venido suscitando desde que me he abierto a la oportunidad de soltar, perdonar y, sobre todo, liberarme de esta atadura.
Trataré de hacerlo desde un punto de vista que no me victimice, pues no voy a negar que durante mucho tiempo me culpé por permitir que sucediera y no haber reaccionado o hablado. Y es que años después entendí, que cuando hay un evento doloroso, la mente lo bloquea y lo saca a la luz cuando se está listo para trabajarlo y enfrentarlo.
La primera vez en terapia, empecé a hablar de un abuso en la niñez, que, según yo, ya había trabajado y que, en mi perspectiva, había soltado. Pero se mueven cosas, proyecciones, ideas, creencias y uno no las ve hasta que repercuten en el presente.
Voy a empezar describiendo lo que observé de esta situación. Como uno siente que no merece ser amado, o se siente “sucio”, e inconscientemente atrae a su vida personas que, de alguna manera, fomentan ese abuso, que no quieren un compromiso, que sólo quieren pasar el rato, que “vibran” igual que yo. Lo único que sucede en esos momentos, es que se le echa más leña al fuego, creando relaciones que fomentan el vacío, que aumentan la necesidad afectiva, y esos pensamientos de “no soy digno a amar y a que me amen”.
Recientemente vi una película que hablaba justamente de un abuso, y en una escena algo me hizo clic:
- ¿Por qué te gusta el sexo rudo? ¿Por qué no quieres hacerlo tierno?
- La protagonista respondía, porque soy una loca pervertida
Y no, no es que seamos pervertidas, es simplemente que es más fácil hacerle caso a la mente en ese momento. Ignorar los sucesos del pasado y hacer el “acto” solo por hacer, sin poner bajo el reflector el sentimentalismo, o el corazón. Porque inmediatamente, cuando uno se observa con la lupa, se enfoca en el esperar, en recibir, en mendigar, en desear.
Tal vez sea crudo, burdo e incluso fuera de tacto, pero las cosas tal cual son.
Pasaban mil y un pensamientos por mi mente al tener intimidad con alguien, hasta que fui consciente que fui abusada. No hubo violencia, pero hubo manipulación. No hubo amenaza, pero hubo engaño. No se preguntó jamás, solo se jugó con la vulnerabilidad, y sitúo esto solamente para entender lo que pasaba por mi cabeza. Hubo muchas veces en las que pensé “Gracias por joderme la vida”, incluso llegué a sentir que vivía por inercia, imaginando como sería el mundo si dejara de existir.
Tenía días llenos de enojo, de ira y de rabia, esperando quien me hiciera algo para poder explotar toda esa frustración guardada por mucho tiempo. Muchas veces en las que quise hablar y no sabía cómo hacerlo, como expresarlo sin sentirme juzgada o señalada. Y cuando por fin lo hice, tuve las dos caras de la moneda: por una parte, aquellos que realmente me escucharon, me apoyaron y me permitieron seguir con mi proceso. Por el otro lado, aquellos que se lamentaban, que tomaban este acto como si estando bajo su cuidado hubiera sido diferente, culpando al entorno, y viviéndolo desde su victimismo, o buscando venganza a quien lo hizo.
Así que decidí escucharme a mí. Después de hablarlo, me sentí liberada y fue ahí que decidí buscar ayuda. Tenía mil pensamientos en la cabeza, pero la certeza de que por muy difícil y doloroso que fuera y sigue siendo, mi necesidad y anhelo de sanarlo eran mayores.
Puedo decir que me he sentido constantemente sobre una montaña rusa. A veces arriba y a veces abajo. Pero con la certeza de soltarlo.
Muchas veces pensé y me imaginé yendo a reclamar a los que abusaron de mí, ¿pero desde dónde iría? Desde la violencia, no serviría de mucho, porque simplemente seguiría alimentando mi ira y mi resentimiento que, al cabo de un tiempo, me seguiría envenenando. Y lo que menos quiero, es hacer el viaje más pesado.
O podría tal vez seguir lamentándome toda la vida por lo que sucedió. Culpando a cada persona porque no me cuidaron, no me protegieron. O reflejar en cada pareja eso, y alejarlos. Sintiéndome cada vez más sola, llenando el vacío con relaciones de una noche, o circunstanciales.
O quedarme callada y tragármelo hasta la tumba, fingiendo que nada de esto había sucedido y seguir inconscientemente normalizándolo.
Así que decidí enfrentar a mis demonios. Observarlos, abrazarlos y agradecerles.
Una de las frases que recuerdo en la terapia es:
“Lo que se niega o se oculta, está condenado a repetirse”
Y para mi sorpresa, personas de mi familia también fueron abusadas. Pero lo callaron guardando el peso de ese hecho.
Otra frase fue:
“Principalmente sucede con los niños o personas que sufren de abandono”
Que difícil aceptar esta situación, que empezó a remover muchas cosas que tenía guardadas hacia mis padres. Sacando a la luz reproches y reclamos.
Y una que me llegó a mí en una meditación:
“No todos los hombres, son aquellos que abusaron de mi”
Y esta frase vino seguida de una enseñanza.
“Aprende a ver lo bueno dentro del conflicto”
Y aquí es donde quiero compartir contigo mi proceso. Porque decidí empezar a ver ese otro lado dentro de la desgracia. No sé si te parezca un auto engaño, pero me ha ayudado a descubrir que primero tenía que hacer las paces conmigo misma. No estoy ni manchada, ni soy menos mujer por lo vivido. Y merezco ser feliz, y disfrutar y amar y ser amada. Y tener una pareja que me respete, y vestirme como quiera sin pensar lo que despierto en el otro, y disfrutar una relación sexual sin culpas y sin miedos, o sin necesidades afectivas.
Y no te lo voy a negar, hay días que la cabeza se aloca, pero es más grande la certeza de que estoy haciendo lo correcto. De que no hay acto más valiente que escucharse, y trabajar para soltar ese veneno que se guarda dentro, que solamente hace daño.
Que a mí no me interesa señalar con el dedo a los culpables, al contrario, los bendigo y los suelto. Por mí, por mi bienestar, por mi salud mental y emocional. En esta vida, tarde o temprano los karmas o las acciones nos muestras las consecuencias de nuestro accionar, y tarde o temprano, cada uno se enfrenta a sus demonios, así como en este momento, estoy enfrentando los míos.
El compartir con una pareja a la que muchas veces rechazo no solo en lo sexual, sino en lo afectivo, y darme cuenta que él también vivía su dolor, a su forma, pero que nunca dejó de entender y abrazar mi proceso, acompañándome con toda su paciencia y amor. Recordándome siempre lo valiente que era por dar este paso. Y ayudándome a reforzar ese pensamiento: no todos los hombres son como aquellos que abusaron de mí. Demostrándome que vale la pena volver a confiar.
Puedo decir que me he sentido constantemente sobre una montaña rusa. A veces arriba y a veces abajo. Pero con la certeza de soltarlo.
Muchas veces pensé y me imaginé yendo a reclamar a los que abusaron de mí, ¿pero desde dónde iría? Desde la violencia, no serviría de mucho, porque simplemente seguiría alimentando mi ira y mi resentimiento que, al cabo de un tiempo, me seguiría envenenando. Y lo que menos quiero, es hacer el viaje más pesado.
O podría tal vez seguir lamentándome toda la vida por lo que sucedió. Culpando a cada persona porque no me cuidaron, no me protegieron. O reflejar en cada pareja eso, y alejarlos. Sintiéndome cada vez más sola, llenando el vacío con relaciones de una noche, o circunstanciales.
O quedarme callada y tragármelo hasta la tumba, fingiendo que nada de esto había sucedido y seguir inconscientemente normalizándolo.
Así que decidí enfrentar a mis demonios. Observarlos, abrazarlos y agradecerles.
Una de las frases que recuerdo en la terapia es:
“Lo que se niega o se oculta, está condenado a repetirse”
Y para mi sorpresa, personas de mi familia también fueron abusadas. Pero lo callaron guardando el peso de ese hecho.
Otra frase fue:
“Principalmente sucede con los niños o personas que sufren de abandono”
Que difícil aceptar esta situación, que empezó a remover muchas cosas que tenía guardadas hacia mis padres. Sacando a la luz reproches y reclamos.
Y una que me llegó a mí en una meditación:
“No todos los hombres, son aquellos que abusaron de mi”
Y esta frase vino seguida de una enseñanza.
“Aprende a ver lo bueno dentro del conflicto”
Y aquí es donde quiero compartir contigo mi proceso. Porque decidí empezar a ver ese otro lado dentro de la desgracia. No sé si te parezca un auto engaño, pero me ha ayudado a descubrir que primero tenía que hacer las paces conmigo misma. No estoy ni manchada, ni soy menos mujer por lo vivido. Y merezco ser feliz, y disfrutar y amar y ser amada. Y tener una pareja que me respete, y vestirme como quiera sin pensar lo que despierto en el otro, y disfrutar una relación sexual sin culpas y sin miedos, o sin necesidades afectivas.
Y no te lo voy a negar, hay días que la cabeza se aloca, pero es más grande la certeza de que estoy haciendo lo correcto. De que no hay acto más valiente que escucharse, y trabajar para soltar ese veneno que se guarda dentro, que solamente hace daño.
Que a mí no me interesa señalar con el dedo a los culpables, al contrario, los bendigo y los suelto. Por mí, por mi bienestar, por mi salud mental y emocional. En esta vida, tarde o temprano los karmas o las acciones nos muestras las consecuencias de nuestro accionar, y tarde o temprano, cada uno se enfrenta a sus demonios, así como en este momento, estoy enfrentando los míos.
El compartir con una pareja a la que muchas veces rechazo no solo en lo sexual, sino en lo afectivo, y darme cuenta que él también vivía su dolor, a su forma, pero que nunca dejó de entender y abrazar mi proceso, acompañándome con toda su paciencia y amor. Recordándome siempre lo valiente que era por dar este paso. Y ayudándome a reforzar ese pensamiento: no todos los hombres son como aquellos que abusaron de mí. Demostrándome que vale la pena volver a confiar.
Que las personas que se cruzan en nuestro camino, siempre tienen algo que mostrarnos para nuestra propia evolución. En mi caso puedo decir, que el más importante ha sido el quitar la barrera que siempre he puesto para no entregarme, para no darme, para no soltarme, y entender que la única que se vivía haciendo daño, era yo.
Que no puedo vivir evadiendo o ignorando lo que pasa, fingiendo que no siento, porque solo me lastimo. Y tampoco llenarme de amargura. Porque aquello que evado, solamente se acumula en mí.
Que jamás hubiera imaginado que, a través del yoga, y de reconocer lo que realmente soy, podría genuinamente hacer las paces conmigo, y trascender situaciones como estas, aceptando más allá de lo que la mente pudiera o quisiera creer. Me permitió ver las cosas tal cual son y no a verlas desde la mente, ahogándome en mis pensamientos y en mis historias que alimentaba y me causaban cada vez más daño. Sino verlo sin atributos, con ecuanimidad y con la certeza, de que todo estará bien.
Y que se puede ser feliz, y amar, y disfrutar, a pesar de todo. Y cuando la mente vuelva a caer en ese juego, recordar, que nada es eterno, ni este dolor, ni estos pensamientos. Agradeciendo por lo que sale, por lo que brota y se suelta, haciéndose responsable de uno mismo, entendiendo que no puedo dar ni pedir al otro, lo que no soy capaz de darme a mí. Así que he decidido empezar a amarme, empezar a verme a través de los ojos del SER, divinidad, alma inmortal o el nombre que le quieras dar, a verme con compasión.
No pretendo juzgar, ni mucho menos, aleccionar. Pues cada uno es libre y vive su proceso a su manera. Quería compartirlo por si te sirve, si te suena, y decirte que, aunque es duro y doloroso, no estás sola, no estás solo. Vale la pena vivir y disfrutar, y, sobre todo, SANAR.
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ReplyDelete¡Hola Ale!
ReplyDeleteTu artículo me ha inspirado profundamente. Creo que es vital recordar nuestras raíces y lo que realmente nos importa. En mi experiencia, dedicar unos minutos cada mañana para meditar y reflexionar sobre mis intenciones para el día, me ha ayudado a mantenerme centrado y verdadero a mí mismo.
¡Gracias por compartir tu luz!
Un abrazo, Maria.